(Equipo Multidisciplinario de Reflexión de la CBR)
Inquietud: ¿qué nos está pasando?
No podemos negar que nos inquieta la situación de la Vida Religiosa en Bolivia. Por una parte se constata un descenso en las vocaciones y un aumento de las salidas, sobre todo de jóvenes. Consiguientemente existe un envejecimiento de las Congregaciones religiosas y una sobrecarga de trabajo para las generaciones que están en edad activa y que se sienten abrumadas ante el peso institucional que les cae encima. Todo esto conlleva graves problemas económicos que preocupan mucho a los responsables de las Congregaciones. Es una Vida Religiosa más vieja y más pobre.
Pero estos datos estadísticos tal vez no sean lo más preocupante sino el hecho de que la Vida Religiosa en Bolivia, aunque hay personas y grupos admirables, en su conjunto pareciera haber perdido su fuerza vital, su ajayu, aparece como poco radical, acomodada a las cosas y a las tecnologías, muy estructurada y envejecida, autoritaria, que no logra ofrecer a la Iglesia y a la sociedad boliviana su aporte profético característico. En las nuevas generaciones se percibe un cierto fundamentalismo y conformismo y un deseo de instalación. La continua agitación por hacer y cubrir funciones que muchas veces nos sobrepasan nos hace con frecuencia, olvidar la dimensión más mística y evangélica de la Vida Religiosa, no se llegan a escuchar las inquietudes del mundo y de la misma Vida Religiosa, hay un cierto ensimismamiento, viviendo como en una isla, con una gran lentitud e incapacidad para los cambios, víctimas de nuestras mismas estructuras.
Esta situación produce en la Vida Religiosa, en sus responsables últimos pero también en gran parte de sus comunidades, tristeza, perplejidad, angustia ante el futuro, un gran desconcierto ante la situación del país, de la Iglesia y de la misma Vida Consagrada. Todo esto denota que la Vida Religiosa se halla en una situación de crisis. A decir verdad esta crisis en Bolivia se enmarca en un contexto mucho mayor, forma parte de un profundo cambio global, un cambio de época, una crisis de civilización, un verdadero tsunami mundial que afecta lo social, lo económico, lo político, lo cultural, lo religioso y eclesial, y por tanto también, aunque en grado diverso, a la Vida Religiosa mundial, a la de América Latina y también a la de Bolivia…
¿Somos conscientes de la gravedad de esta situación? ¿Esperamos que la misma vida se encargue de resolver los problemas?
“La casa resquebrajada y los violines del Titanic”
Ante toda situación de crisis general y en concreto ante esta crisis de la Vida Religiosa no valen las actitudes de cerrar los ojos ante la realidad, de minimizarla, de pensar que siempre ha habido crisis, de querer poner remiendos parciales y provisionales. Cuando una casa se resquebraja no se puede discutir dónde colocar las flores, los cuadros o las cortinas. Cuando la nave se hunde no se puede engañar a la gente haciendo que los músicos hagan sonar los violines, como en el Titánic. Hay que ser realistas y sinceros, hay un estilo de Vida Religiosa, una imagen de Vida Religiosa, una estructura que está en crisis, que se está resquebrajando por todos lados, se hunde, agoniza aunque sea lentamente, se muere..
¿Asumimos esta situación con honradez o tenemos miedo, cerramos los ojos y nos contentamos con poner remiendos pasajeros?
En busca de nuestras raíces
En lo momentos de cambios y crisis hay que recuperar la identidad propia. También hay que hacerlo ante la crisis de identidad colectiva de la Vida Religiosa. Es necesario volver a las intuiciones más originales de la Vida Religiosa que surgió en el desierto, en la periferia y en la frontera. Siempre ha sido marginal, ha constituido una especie de terapia profética de shock para la Iglesia y la sociedad de su tiempo, una búsqueda de algo alternativo, una peregrinación y una aventura constante de la novedad del Reino. Ser memoria evangélica de Jesús, sin saber muchas veces hacia dónde les llevaba el Espíritu que sopla donde quiere pero no sabemos ni de dónde viene ni a dónde va (Jn 3, 8). Cuando la Vida Religiosa se instala, se acomoda, pasa del margen al centro del poder social o eclesial, pierde su sentido. Cuando la Vida Religiosa se preocupa de ella misma y no de responder a los signos de los tiempos, pierde su razón de ser, deja de ser instancia profética.
Hemos de recuperar las actitudes fundantes de la Vida Religiosa, su mística profética, su radicalidad evangélica en el seguimiento del Jesús pobre y humilde de Nazaret, de su opción por los pobres, excluidos y marginados, el ansia de anunciar la Vida, comenzando por defender lo mínimo que es la posibilidad de una vida digna para todos.
¿Estamos dispuestos a volver a nuestras raíces fundantes? ¿O pensamos que no hay para tanto, que no hay que ser alarmistas?
La hemorroísa y la sirofenicia
Para ello hemos de dejarnos cuestionar, dejarnos “tocar” (como Jesús se dejó tocar por la hemorroísa, Lc 8, 43-48) por los nuevos sujetos emergentes en la sociedad y en la Iglesia: jóvenes, mujeres, indígenas, pobres, laicos, nuevos movimientos religiosos; hemos de dejarnos impactar por los signos de los tiempos, no satanizar ni ver demonios en todo lo nuevo que acontece, discernir los espíritus, no querer mantener los esquemas de siempre cuando la práctica nos dice que ya no funcionan, abrirnos a los nuevos temas que preocupan a los más lúcidos: pobreza y diversidad cultural, democracia en la Iglesia y en la Vida Religiiosa, la problemática Iglesia y género, la nueva situación de la Iglesia ante el Estado no confesional, descolonizar nuestras mentes y actitudes culturales y religiosas (Aparecida 118), reconocer el valor salvífico de las religiones, asumir las problemas de ciudadanía, fomentar una cultura de la vida comenzando por vivir relaciones fraternas y sororales en nuestras comunidades, mostrar que la Vida Religiosa es una vida auténtica, creíble (sumaj kawsay, sumaj kamaña..), emprender una auténtica autocrítica institucional reconociendo que los que abandonan la Vida Religiosa y la Iglesia, no lo hacen por razones doctrinales sino por vivencias, pastorales y metodológicas (Aparecida 225), hemos de emprender una verdadera conversión pastoral e institucional, fomentar el diálogo intercultural, interreligioso y ecuménico, dejar que los laicos sean protagonistas en la Iglesia, aceptar ser minoría profética. La actitud de Jesús en el diálogo con la sirofenicia que le hace cambiar de mentalidad y de horizontes y abrirse a lo nuevo (Mc 7,24-30), debería poder ser asumida por nuestra Vida Religiosa de Bolivia hoy.
¿Nos dejamos interpelar por los otros, por los jóvenes, por los diferentes, por los indígenas, por las mujeres, por el pueblo sencillo y pobre?
Del caos al kairós
Toda crisis es una oportunidad, un kairós para renacer, para construir una identidad nueva contextualizada, hay que acoger positivamente todos los intentos que van surgiendo en busca de una Vida Religiosa alternativa, de los que sueñan una Vida Religiosa diferente, lo que nos parece riesgo (disminución numérica, empobrecimiento económico, falta de peso social…) puede ser una ayuda providencial para volver a la radicalidad del seguimiento del Jesús pobre, a la búsqueda, al nomadismo de la fe, a la espiritualidad de los anawim, a la fe de Abrahán y del mismo Jesús. La situación de cambio que vive Bolivia en medio de dolores de parto puede ser un momento de renovación de nuestra Vida Religiosa, de encontrar un estilo más auténtico y más evangélico, más auténticamente boliviano, que camine humildemente con su Dios, ame con ternura y practique la justicia en este tiempo de nuevo país.
¿Sabemos leer lo que pasa? ¿Nos damos cuenta de que algo nuevo está naciendo?
Marta, Marta, una sola cosa es necesaria (Lc 10, 41-42)
La condición imprescindible, necesaria para todo ello es cambiar de actitud y de rumbo, reconocer que muchas veces tenemos actitudes falsas que justificamos ideológicamente para no cambiar. Esto es lo que más nos preocupa de la Vida Religiosa en Bolivia: no vemos actitudes sinceras de cambio de actitud y de estilo de vida.
¿La Vida Religiosa de Bolivia sabrá escuchar, discernir y comprometerse? ¿Qué pasaría si nos dedicáramos a lo único importante? ¿Nos dejamos guiar por el Espíritu, al que si no le damos cabida se encarnará en otros (“en cien mil”)?